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El apego, la clave de la felicidad

A través de la calma o alegría que los progenitores le dan al hijo, este se va regulando y su cerebro va creciendo sano, con capacidad para controlarse. Poco a poco el niño irá pasando de un control externo a otro interno, interiorizando la relación con sus padres como estrategias para afrontar la vida.

Ser buenos padres no es tarea fácil, pero ser sensibles a las necesidades de nuestros hijos, responder con rapidez y calmar o estimular cuando es necesario, es la base para tener niños sanos. Tanto la madre como el padre deben ser una base de seguridad donde el niño pueda volver siempre que lo necesite, en su aventura de explorar un mundo nuevo para él. Esto es fundamental para su desarrollo como adulto sano.

Ni por exceso ni por defecto, en el equilibrio está el éxito. Es por eso que ni la rigidez y el abandono, ni la sobreprotección o la exigencia, se encuentran las claves para que un niño sea feliz y equilibrado. Es el amor, los límites desde el cariño, la empatía y la conexión emocional lo que nos hace ser buenos padres. Es, en definitiva, conocer cómo funciona un niño para poder entenderle, ayudarle, criarle y educarle.

No es imposible, es cuestión de práctica y conocimiento.

Recordemos que el apego es el vínculo que se establece entre un bebé, desde antes de su nacimiento, y su figura de protección, que puede ser su madre u otro adulto que le proteja y le dé las bases seguras para su supervivencia.

 

El apego, en definitiva, es un vínculo de amor y seguridad. A través de esta relación, el bebé puede calmar sus necesidades internas. Pensemos por ejemplo cuando un niño llora de hambre o miedo. Al estar indefenso, solo puede sobrevivir y calmarse (regulación) gracias a los adultos que le protegen. Del mismo modo, cuando está feliz, los adultos responden a su sonrisa o arrullos, meciéndolo, sonriéndole, etc. A través de esta interacción el cerebro del niño se desarrolla, aprendiendo poco a poco que los estados negativos son pasajeros y pueden ser controlados.

Cuando un niño no es protegido en la edadtemprana, las consecuencias para su personalidad pueden ser incapacitantes.


De esta forma el cerebro del menor se va regulando, entendiendo que todo tiene un principio y un final, hasta las cosas más desagradables y dolorosas pueden mejorar. También aprende que él es digno de amor y que el mundo y las otras personas (primero sus padres y luego otros adultos cercanos) son lugares seguros y, en caso de que esto cambie, siempre va a encontrar apoyo en sus progenitores. Los padres son, por tanto, esa base segura a la que el niño puede volver siempre que siente miedo, dolor, tristeza o cualquier tipo de perturbación.

Pero ¿qué pasaría si no existen adultos que protejan al niño o peor aún, que sean ellos mismos los que le inducen terror al abusarlo o maltratarlo?

En el primer caso el niño queda abandonado a su suerte, sin nadie que responda a sus necesidades, ya sean el lloro, el hambre, el miedo o simplemente, el juego y la necesidad de afecto. Un niño no puede crecer sin amor, ni tampoco su cerebro, que tendrá serias limitaciones en su desarrollo. Estos bebés se convertirán en adultos desconfiados o sumamente dependientes, ya sea porque han aprendido a no esperar nada de nadie o porque han tenido que perseguir incansablemente a su figura de apego para tener su afecto. Por otro lado, la dificultad de establecer vínculos sanos en las sucesivas parejas que se encuentren en su vida adulta estará limitada. El primer modelo de pareja que tenemos es el de nuestros padres, y es a través de la relación con estos (y de la que vemos que ellos tienen) que aprendemos a vincular con los demás. Imaginemos cómo vinculará en un futuro un niño que ha sido abandonado o que no ha recibido atenciones de sus padres.

En el segundo caso, un niño que vive el maltrato y/o el abuso queda desamparado frente a su maltratador. En muchas ocasiones, el adulto que no agrede y debería proteger al niño está ausente (una madre que no ve, o no quiere ver, el abuso que el otro progenitor). De este modo, se crea una paradoja de la cual el niño no puede escapar. El adulto agresor es a la vez el único que le da cariño y afecto. Los momentos de terror se alternan con los de cariño. El niño empieza a creer, a través de la manipulación del adulto, que es su culpa todo lo que está pasando, que se lo merece y que si habla algo malo pasará. A parte de esto, cree que «a papá» le pasa algo malo y que él es el responsable, y que son sus actos los que hacen que «papá» (u otro agresor) actúe de una manera u otra. A fin de cuentas, el niño aprende que el mundo es un lugar impredecible, al igual que los adultos que le rodean e incluso él mismo.

Centro Noguerol, solución al maltrato

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